domingo, 18 de diciembre de 2016

LA CAZA DE PUTOS

Probablemente me lluevan críticas por este artículo, pero con un corazón entintado y un arma como son las manos, disparo crítico hacia las flaquezas de la caza, esperando así concienciar y fortalecer nuestros puntos débiles, para evitar los juicios voraces a las que estamos sometidos los cazadores. 

A medida que vamos creciendo pasamos por muchas etapas de la vida, y con ello de nuestra vida cinegética. Nacemos en la cuna del campo, al abrigo del rocío del invierno, al calor de una lumbre henchida del estío. La llamada pronto nos llega, avivando lo más intrínseco de nuestro ser, nuestros instintos más primitivos, la simbiosis con la natura. Hombre y naturaleza al compás, convirtiéndose en una amante exigente pero que sabe satisfacernos con simples caricias de docencias, donde los esfuerzos por conseguirlas resultan ser banales en comparación con lo recibido. 

Con los primeros pasos entre el monte, aquel mundo me parecía espléndido. Las semanas se hacían eternas soñando con las maravillosas experiencias que nos acontecerían el fin de semana. Un pequeño anticipo nos llegaba los viernes, merendando a la sombra de la televisión, embaucados por ese programa que nos ponía los pelos de punta con lances de ensueño. Había un programa en especial que esperábamos ansiosos cada temporada, el campeonato de caza menor con perro. Nos imaginábamos mis dos hermanos y yo subiendo al podio, casi discutiendo por quién sería el agraciado, convirtiéndonos en campeones de España. Los años nos bajaron un poco de las nubes, evolucionando nuestro sentido de la caza. 

Lo que en su día veneraba hoy ha quedado relegado a una ilusión infantil, por la que ahora no estaría dispuesto a optar. La caza como deporte saca un lado oscuro de algunos cazadores. No critico a los aspirantes que van pero sí las formas de algunos de estos, que las cámaras los ponen hoy contra el filo de mi crítica. Se convierte en una caza de puntos, donde el arranque inesperado a contramano de una perdiz o el quiebro de una rabona son solo obstáculos al podio. Dobletes y tripletes de mil y dos mil puntos, carreras frenéticas de unos doscientos puntos que saliendo de su majano, se escurren veloces entre las retamas y vuelos fugaces de esos quinientos puntos que en febrero buscaban rival envalentonados contra el reclamo. Qué triste mirar a una brava patirroja y sólo ver puntos en vez de belleza. Carreras desde el escopetazo de salida, para “marcar territorio” ante los rivales. Horas recorriendo terreno y levantando piedras esperando encontrar una pieza que te lleve a la victoria, y “la puta bicha se resistía a salir” mientras la vaina vuela quedando como testigo en el campo. Se pierde el respeto por el animal, el valor del lance que jamás queda en el olvido. Deportistas en busca de una copa y prestigio, ganado muchas veces por cazadores con férreos valores por el campo. Jueces para asegurar el abatimiento del animal, que ya casos se dieron de sed de podio llevando perdices muertas de otro día. Sensación amarga debe de ser el cazar con enemigos, pues en eso se convierten los demás participantes cuando a sus ojos son rivales. El oro al peso del cuelga -inconcebible para mi persona calificar una jornada de caza por el número de piezas que lleve al zurrón-. 
 
Como en todas las cosas hay de todo, por supuesto, pero ahora quizá tenga más conciencia para darme cuenta de estas cosas. Veo concursantes cuya máxima es pasar un día agradable de campo y que participan por echar una mañana más de caza. Siguen cazando sin importar las cuerdas sueltas del cuelga, disparan sobre dignas patirrojas que apeonan para sorprender al cazador, o sobre conejos atléticos que ponen tierra de por medio ante el plomo fallido que riega el barbecho. ¡Ole ahí! Esos son cazadores de verdad, pero en la baraja no todos son tréboles. Nuestra pasión, una palabra de cuatro letras capaz de erizar los pelos a quien la siente, ladrona del sueño dejándonos en vilo esperando al despertador, y cargada de significados. Pero no llego a concebir la definición de competición en busca de una copa y, para mi gusto, una vanagloria. 
 
Vivamos la caza en su sentido pleno, olvidemos las penas cuando lleguemos al campo y disfrutemos. Sonriamos cuando nos cojan las vueltas las piezas, alabándolas por tan magistral acción. Cuidemos los detalles y respetemos los animales que no solo nos dan satisfacciones en el campo si no también en el paladar. Y eduquemos cazadores, no tiradores. 

Ignacio

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